MANUEL ACUÑA
El gran amor de su vida fue Rosario de la Peña, una mujer sumamente atractiva que según parece, influyó tanto en su ánimo que mucho tuvo que ver con su trágica muerte. Ella despertó por igual la desesperada pasión de Acuña, el deseo de Flores, la senil adoración de Ramírez y el cariño devoto de Martí.
Cuatro hombres a los que ella, con sus encantos; llevaba a los extremos poéticos con el fin de satisfacerla y halagarla. Ellos se reunían en su casa convertida en tertulia, donde cada uno exponía sus nuevos versos, se hablaba y debatía de filosofía o de bibliografía.
Era tan desenfrenado y perturbador el amor que Acuña le tenía a Rosario, que le impidió disfrutar de sus mejores momentos como poeta, cuando ya era reconocido su genio, su calidad como escritor y nadie dudaba de su exitoso futuro.
No se sabe con certeza cuál fue el motivo por el cual Manuel Acuña aquel 6 de diciembre de 1873 decidió dejar de existir luego de ingerir cianuro de potasio. Su cadáver cuyos ojos estaban cerrados se dice, derramaban lágrimas.
Su cuerpo fue velado por sus amigos en la Escuela de Medicina y sepultado el día 10 de diciembre en el Cementerio del Campo Florido. A su entierro asistieron representantes de las sociedades literarias y científicas, además de "un inmenso gentío". Las elegías y oraciones fúnebres con que se honró su memoria fueron nutridísimas destacándose las de Justo Sierra.
Posteriormente sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres del Cementerio de Dolores, donde se le erigió un monumento.
Para octubre de 1917, el estado de Coahuila reclamó las cenizas de Acuña que finalmente fueron trasladadas a Saltillo y yacen en la Rotonda de los Coahuilenses Ilustres del Panteón de Santiago de su ciudad natal.
Escena de la película "Nocturno a Rosario" (1991)